Por Francisco Tavárez
Janel Ramírez deja la presidencia de la Cámara de Cuentas hablando de principios, liderazgo y compromiso institucional. Pero los hechos, documentados por informes oficiales, denuncias públicas y testimonios de sus propios compañeros, narran una historia muy distinta: una gestión marcada por el conflicto, el irrespeto, la ineficiencia y la desconfianza.
Resulta alarmante que quien estuvo al frente de uno de los órganos más importantes para la fiscalización del Estado se despida como si dejara un legado honorable. Durante su mandato, el pleno de la Cámara vivió enfrentamientos constantes, denuncias por maltrato verbal, expresiones inaceptables hacia mujeres de su equipo, y una ejecución presupuestaria deficiente que comprometió su función constitucional.
No se trata solo de formas; se trata de fondo. La Cámara de Cuentas no auditó como debía. No fiscalizó con rigor. No ejecutó ni el 70% del presupuesto que le fue asignado en 2021 y 2022. Y, aún más grave, permitió que el descrédito se instalara en una institución que debería ser sinónimo de transparencia.
A pesar de las evidencias, el juicio político contra su gestión no prosperó. Una oportunidad perdida para enviar un mensaje de consecuencia política y administrativa. La impunidad disfrazada de salida digna.
Ahora, con Emma Polanco como nueva presidenta, junto a un renovado pleno, la Cámara de Cuentas tiene una oportunidad —quizás la última en mucho tiempo— de reconstruir su credibilidad. No será fácil. La sociedad observa con desconfianza. La clase política, con interés. Y los organismos internacionales, con lupa.
No bastan los discursos. Se necesita acción, integridad y resultados. Las auditorías deben volver a ser herramienta de justicia administrativa, no letra muerta. El liderazgo debe ser ético, no autoritario. Y la Cámara debe volver a hablar, pero con informes técnicos, no con comunicados decorativos.
Lo que Janel Ramírez deja atrás no es una gestión. Es una advertencia de lo que ocurre cuando el poder pierde el sentido de su misión pública. Y lo que viene por delante, es una prueba que definirá si realmente queremos instituciones que sirvan a la democracia, o solo cargos que sirvan al ego.