Ha concluido el conteo de las actas impugnadas y con ello se completa el proceso eleccionario de Perú. Con el 100 % de las actas contabilizadas, Castillo tiene 50,12%, de los votos y Keiko 49,87 %, y una diferencia de 44.058 votos.
Perú decidió escoger entre las opciones el mal menor y por eso hay sectores que entienden que el gran perdedor ha sido el pueblo.
Por un lado Pedro Castillo es un profesor de escuela rural vinculado al ala izquierda de América Latina. Por el otro lado Keiko Fujimori quien representa el pasado de su padre, Alberto Fujimori, un período de represión y muerte en Perú.
Quienes votaron no lo hicieron por simpatizar con ambos candidatos, no lo hacieron por lo que aportan, sino por lo que podían evitar. Castillo y Fujimori sobrevivieron a una primera vuelta mediocre que aniquiló a los candidatos que en teoría partían como favoritos.
Los líderes descartados abrazaron un discurso que nunca empató con el humor nacional de un país hecho despojos tras la crisis sanitaria y política.
Perú se convirtió en un mar de incrédulos tras los escándalos de Lava Jato y el Vacunagate. Todo vestigio de fe en su dirigencia quedó dinamitado.
El abismo social peruano, se amplió con la pandemia. La pobreza subió a un 30% de la población, abriendo un escenario propicio para los discursos populistas.
La segunda vuelta presentó razones equivocadas de lo que en verdad está en juego que es la pervivencia del modelo. Se ha dicho que Castillo y Fujimori encarnan una guerra entre la derecha y la izquierda radical, pero no es del todo así.
Keiko Fujimori se colocó como defensora del modelo y el único giro que ensayó fue el clientelista (bonos y reparto del canon minero). Nunca se le escuchó encarnar en propuestas concretas lo que predicó como el cambio hacia adelante.
Jamás criticó a las élites, dejando ese espacio libre para Castillo. Recibió el respaldo del establishment en pleno, más que por convicción, por instinto de supervivencia. Incluso viejos opositores que enarbolaron la bandera del antifujimorismo como Mario Vargas Llosa se le unieron.
La mayoría de medios de comunicación se inclinaron en favor de Keiko, aunque Castillo, sea por limitaciones o por estrategia, decidió esquivar muchas entrevistas.
Castillo prefirió una campaña artesanal en la que abusó del mitin político. Entonó un discurso que desafió la existencia del modelo económico por eso caló tanto en los sectores rurales que generalmente son los más abandonados.
Lo que más ha preocupado en Castillo, es su improvisación e incapacidad de construir una propuesta congruente. Por eso quienes son conscientes de sus limitaciones, pero le apoyan han elaborado un slogan de Castillo tengo dudas, pero de Keiko tengo pruebas.
Castillo dilapidó un capital político que lo distanciaba entre 12 y 20 puntos de Fujimori. Pero ambos candidatos tienen otras colas que preocupan.
Keiko, además del pasado de su padre, guardó prisión por el escándalo Odebrecth y en la actualidad la justicia ha vuelto tras ella.
Y el principal líder del partido de Castillo, Vladimir Cerrón, tiene una condena judicial por delitos de corrupción. Castillo ha dicho que Cerrón no tendrá participación en su gobierno, pero se dice es el autor de su programa de campaña.
Del lado de Keiko se niegan a aceptar los resultados y parece que continuarán su lucha. Aun así, Castillo ha recibido el respaldo más importante que ha garantizado su aguante a pesar de un terrible desempeño en la segunda vuelta. Ese respaldo ha provenido del partido político más grande del Perú: el antifujimorismo.
Por: Francisco Tavárez, el Demócrata.