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En medio del dolor nacional provocado por la tragedia del emblemático centro de entretenimiento Jet Set, surgen voces que denuncian una verdad incómoda: el luto no solo ha sido un espacio para el duelo, sino también un campo de batalla para defender intereses particulares y saldar viejas cuentas.
El periodista Francisco Tavárez, director del Grupo de Medios El Demócrata, fue tajante en su análisis: “Que el duelo no sea escenario de guerras de poder. Lo del Jet Set: no fue un terremoto, fue negligencia.”
Y es que la estructura del establecimiento se desplomó sin ciclón, sin temblor… pero con años de advertencias ignoradas. Filtraciones, agrietamientos visibles y un sinfín de señales de deterioro fueron pasadas por alto mientras las autoridades –ingenieros, alcaldía, ministerios– miraban hacia otro lado.
Tavárez fue aún más contundente al referirse a Antonio Espaillat, vinculado a la propiedad del lugar:
“Si yo hubiera sido Antonio Espaillat, hubiese preferido morir… y presentarme ante la justicia, asumiendo toda la responsabilidad. Porque no hay vidas suficientes para pagar esa tragedia.”
El país está de luto. Pero también, una vez más, frente a su reflejo más perverso: la impunidad.
Porque mientras el hijo de Machepa recibe 30 años de cárcel por robarse un pollo para alimentar a su familia, al que se roba el país, lo tratan de “jefe”, lo invitan a programas de televisión y ni siquiera pisa la cárcel.
¿Qué hubiese pasado si, en lugar de Antonio Espaillat, el nombre involucrado fuera Luis Pérez? ¿Habría el mismo trato?
Esta es la doble moral que nos tiene de rodillas. Una tragedia que desnuda no solo los vicios de la infraestructura, sino también los de un sistema selectivo, donde la justicia sigue teniendo precio, rostro y apellido.