Enrique VIII tenía 17 años cuando se casó con Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos. A lo largo de sus muchos años de reinado, buscó desesperadamente un heredero a la Corona y demostrar al resto de monarcas de Occidente su valía. La suerte no le sonrió. La huella en Europa iba a dejarla por el cisma religioso y el posterior aislamiento de Inglaterra, un quiebro decisivo en la historia del país.
El matrimonio con Catalina no había dado sus frutos. Enrique VIII, que cada vez odiaba más a su esposa por no darle un heredero varón, se enamoró de Ana Bolena. A partir de entonces, el monarca se volcó en conseguir la anulación de su matrimonio con Catalina. Este empeño terminó provocando el cisma con la Iglesia de Roma.
Enrique VIII intentó convencer a Roma de que anulara su matrimonio, pero el papa Clemente VII lo descartó. La razón de no conceder la nulidad es porque no quería oponerse al emperador Carlos V, sobrino de Catalina. Entonces, Enrique buscó un juicio de anulación en Inglaterra, aunque tampoco lo logró.
Pese a ser un ferviente católico y de recibir el título de Defensor de la Fe, cada vez se sentía más distanciado de la Iglesia romana. Necesitaba una solución. Thomas Cromwell, un burócrata plebeyo pero brillante, le dio la única solución posible: obtener la anulación del matrimonio en Inglaterra y por su propia Iglesia. Para ello, era necesario abolir la jurisdicción papal y separar la Iglesia inglesa de Roma, convirtiéndola en un departamento espiritual del Estado. Este estaría bajo la batuta del rey como único representante de Dios en su reino.
Enrique, que lo había intentado ya todo, suscribió de buena gana la propuesta. Era revolucionaria y significaba renegar del papa, pero reforzaba su posición y poder como monarca. Gracias a Cromwell y la antipatía generalizada hacia el pontífice y los privilegios de la Iglesia, el rey se aseguró el apoyo del Parlamento.
La ruptura con Roma fue gradual. El Parlamento inglés publicó una lista de agravios contra la Iglesia, y esta se doblegó a la exigencia de Enrique. En lo adelante toda la legislación eclesiástica quedaría sujeta a la aprobación real. Más tarde, siguieron leyes que prohibieron el pago de impuestos a Roma y las apelaciones al papa.
El papa Clemente VII continuó negándose a ceder en el asunto del divorcio, pero accedió en 1533 a nombrar el arzobispo de Canterbury. Este era el puesto más alto de la Iglesia en Inglaterra, y nombró a Thomas Cranmer, candidato de Enrique. Cranmer declaró nulo el matrimonio con Catalina y coronó reina a Ana, con quien Enrique se había casado en secreto meses antes. El papa contraatacó excomulgando al rey, pero ya era demasiado tarde.
En 1534, el Parlamento formalizó la ruptura definitiva aprobando el Acta de Supremacía, que convirtió al monarca en cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra. Consumado el cisma, Enrique procedió a eliminar toda oposición interna forzando a sus súbditos a reconocer su supremacía real. Pero bajo la amenaza de ser acusados de traición y ejecutados de acuerdo con una nueva ley ad hoc. A su muerte, en 1547, el cisma anglicano ya se había consumado.
Por: Francisco Tavárez, el Demócrata.