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Los asesores de campañas electorales

por La redacción

Marino Beriguete/Politólogo/

Especial para El Demócrata

Me había alejado de la asesoría de campaña electorales tras la muerte de mi antiguo jefe, Don Carlos Morales, uno de los políticos más íntegros que he tenido el honor de conocer en esta prolongada carrera. Era un hombre, a menudo, difícil de convencer para dar un paso hacia adelante, pero una vez que tomaba esa decisión, jamás retrocedía. Quizás ahí radicaba su éxito en la vida política: escuchaba a todos los que se le acercaban, pero se mantenía fiel al plan estratégico trazado.

Me forme en la antigua escuela de asesores políticos, formados en las universidades y en los vericuetos de la experiencia practicada. Tuve la fortuna de contar con maestros cuyas enseñanzas dejaron huellas en mi trayectoria.

Eran figuras sabias, hombres con claridad de pensamiento, cuya influencia y sabiduría no solo moldearon mi perspectiva sobre la asesoría política, sino también sobre la naturaleza misma del poder. Josep Napolitan, por ejemplo, era un hombre que entendía como pocos la psicología del votante, esa intrincada red de emociones y razones que guían a las masas en la dirección de una elección. Su capacidad para conectar con el alma del electorado era legendaria, y de sus lecciones aprendí que es esencial aprehender no solo lo que la gente expresa, sino también lo que realmente siente y anhela en lo más profundo de su ser.

Jean Zune, por su parte, era un estratega de otra índole, dotado de un sexto sentido para captar las dinámicas del poder en su estado más puro. Tenía la habilidad de anticipar movimientos, prever escenarios y, lo más importante, mantener al candidato siempre un paso por delante de sus oponentes. Su enfoque era clínico, casi desapasionado, y me enseñó que, en la política, como en el ajedrez, la frialdad calculada se muestra mucho más efectiva que la pasión desbordante.

Alfredo Keller, con su precisión casi quirúrgica en el análisis de datos, me demostró la importancia de la medición, del seguimiento constante de los indicadores que desvelan el estado real de una campaña. Su enfoque era científico, basado en cifras, tendencias y proyecciones. Aprendí que una buena campaña no puede depender únicamente de intuiciones; necesita sustentarse en datos concretos y análisis rigurosos.

Ildemaro Martínez, por su parte, era un maestro en la construcción de narrativas. Su habilidad para tejer historias que resonaban en los corazones de las personas era inigualable. Comprendía que, al fin y al cabo, la política es una lucha de relatos, y que el candidato que narra la mejor historia, aquella que toca las fibras más sensibles del electorado, es el que suele salir victorioso. De él aprendí que, si bien la lógica es importante, las emociones son, sin lugar a duda, el motor que impulsa la política.

En 1995, conocí a un joven prometedor, Jaime Durán Barba, quien ya entonces exhibía un instinto excepcional para leer las corrientes subterráneas de la sociedad. Su enfoque fresco y su capacidad para captar el espíritu de los tiempos lo diferenciaban, y aunque aún era joven, su futuro brillaba con intensidad. A través de él, comprendí la importancia de la adaptabilidad, de saber leer el contexto y ajustar las estrategias a las nuevas realidades sociales y políticas.

En aquella época, había pocos asesores políticos en el país que contaran con títulos universitarios en esta especialidad. La mayoría eran personas que aprendieron observando cómo se llevaban a cabo las campañas electorales, pero sin comprender los principios fundamentales de la gestión de una campaña organizada y planificada.

Las escuelas de formación política en esos años se encontraban principalmente en Venezuela y México, y posteriormente en Chile. En aquel entonces, aún no existían los célebres cursos que hoy se imparten en Miami y en otros países.

Hoy he decidido regresar al fascinante ruedo electoral, pero provengo de una escuela de asesores que ha aprendido a gestionar campañas desde la A hasta la Z, donde la disciplina y la discreción son las armas más letales. Esta escuela entiende que el asesor debe ser una sombra, no una estrella en el escenario.

Ahora el papel del asesor oscila entre la política y el delicado equilibrio entre el poder y la opinión pública, entre un juego complejo de estrategias, alianzas y, sobre todo, comunicación. En un entorno donde la percepción lo es todo, los asesores de campaña se han convertido en piezas clave en la configuración del destino político de un candidato. En la era contemporánea, su rol ha evolucionado hasta convertirse en el epicentro de las campañas electorales, gestionando no solo las imágenes y los mensajes, sino también moldeando la narrativa que definirá el futuro político de una nación.

En un mundo donde la información viaja a la velocidad de la luz y donde la opinión pública puede transformarse con la misma rapidez que un mercado de valores, el asesor de campaña se erige como el guardián de la coherencia y del mensaje. Pero ¿qué es realmente lo que hace que un asesor de campaña sea indispensable en el proceso electoral? Para responder a esta pregunta, es necesario desentrañar el complejo entramado de responsabilidades que recae sobre sus hombros.

El asesor de campaña es, ante todo, un arquitecto. Su tarea primordial consiste en diseñar una estrategia electoral que no solo resuene con los votantes, sino que también sea capaz de adaptarse a los cambios imprevisibles del panorama político. Esta estrategia no es meramente un plan de acción; es una orquesta compleja de mensajes, eventos y decisiones meticulosamente calculadas, donde cada movimiento impacta de manera directa en la percepción del candidato.

Este rol estratégico demanda una comprensión profunda de la psicología del votante, un conocimiento de las dinámicas sociales y políticas, y la capacidad de prever los movimientos del adversario. Los asesores deben poseer la habilidad de interpretar datos de encuestas, estudiar patrones de comportamiento electoral y anticipar las posibles reacciones del público ante diversas propuestas políticas. Todo ello, mientras mantienen un ojo vigilante sobre los medios de comunicación, que pueden ser tanto aliados como enemigos formidables.

La política, en su esencia, es una lucha por el control de la narrativa. Los asesores de campaña son, en muchos sentidos, los narradores invisibles que delinean la historia del candidato. Desde la elección de las palabras hasta la planificación de los discursos, cada elemento es cuidadosamente seleccionado para construir una imagen coherente y atractiva que cautive la atención del electorado.

El asesor debe ser capaz de simplificar ideas complejas, presentándolas de un modo que resuene eficazmente con el público objetivo. Esto implica no solamente una gran destreza en la comunicación, sino también una profunda comprensión de la cultura, los valores y las preocupaciones de los votantes. Un buen asesor comprende que las emociones son tan poderosas como los hechos, y que, a menudo, son las historias personales, los relatos de superación y las promesas de un futuro mejor, las que realmente conmueven al electorado.

Vivimos en una era donde la imagen lo es todo. Los asesores de campaña son los encargados de cuidar y proyectar la imagen del candidato, asegurándose de que esta sea coherente con el mensaje central de la campaña. Desde la vestimenta y el lenguaje corporal, hasta la gestión de las apariciones públicas y las interacciones en redes sociales, cada aspecto cuenta.

La gestión de la imagen pública trasciende lo superficial; se trata de construir una conexión genuina con los votantes. Los asesores deben asegurarse de que el candidato sea percibido como auténtico, confiable y cercano. En un mundo en el que las cámaras siempre están encendidas y donde cualquier error puede ser magnificado y viralizado en cuestión de segundos, la precisión en la gestión de la imagen se torna esencial.

Otra función vital de los asesores de campaña contemporáneos es la construcción de coaliciones. En política, ningún candidato puede ganar en solitario. El éxito electoral depende en gran medida de la capacidad para formar alianzas estratégicas con diferentes grupos de interés, partidos políticos y líderes de opinión. Los asesores son los artífices de este tejido, negociando acuerdos que beneficien al candidato, sin comprometer la coherencia de su mensaje o su imagen.

Esto, en numerosas ocasiones, implica un delicado equilibrio entre satisfacer las demandas de los aliados y mantener la integridad de la campaña. Los asesores deben ser negociadores hábiles, capaces de hallar puntos de convergencia entre intereses divergentes y de persuadir a diversos grupos para que se unan en torno a un objetivo común.

Si bien una campaña electoral es, en gran medida, un ejercicio de planificación y anticipación, inevitablemente surgirán crisis imprevistas que pondrán a prueba la capacidad del equipo de campaña. Ya sea un escándalo mediático, una declaración desafortunada o un ataque inesperado del oponente, los asesores deben estar preparados para actuar con rapidez y eficacia.

La gestión de crisis se convierte, en muchos sentidos, en el momento de la verdad para un asesor de campaña. La habilidad de manejar una crisis con calma, minimizando el daño y redirigiendo la narrativa a favor del candidato, puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso electoral. Esto requiere no solo amplia experiencia y un profundo conocimiento del entorno político, sino también una habilidad innata para improvisar y tomar decisiones bajo presión.

En las últimas décadas, he sido testigo de cómo la tecnología ha ocupado un lugar preeminente y ha transformado radicalmente el panorama político. Los asesores de campaña ya no se limitan a trabajar con medios tradicionales; ahora deben dominar el arte de las redes sociales, el análisis de grandes volúmenes de datos y las nuevas formas de comunicación digital. Las redes sociales, en particular, han cambiado las reglas del juego, permitiendo una comunicación directa y continua entre los candidatos y los votantes.

Las redes sociales han emergido como un escenario crucial en la arena política contemporánea. En este nuevo espacio, la inmediatez de la comunicación puede ser tanto una bendición como una maldición. Un comentario equivocado, una imagen malinterpretada, o una reacción tardía pueden desencadenar tempestades que desplazarían a un candidato de la contienda en cuestión de horas. Aquí, el asesor no solo es un gestor de la imagen, sino un estratega digital, alguien que debe estar en constante alerta, monitoreando cada interacción, buscando oportunidades y mitigando riesgos en tiempo real.

Aunque la tecnología ha transformado la política, hay algo que sigue siendo fundamental: la autenticidad. En una era de filtros y realidades alteradas, los votantes anhelan sinceridad. Los asesores deben diseñar campañas que no solo utilicen los avances técnicos, sino que también resalten la autenticidad del candidato. La superficialidad puede ser desvelada al instante, y un candidato que se presenta como un producto diseñado en laboratorio será rápidamente desechado por un electorado que busca conexiones genuinas.

Además, en este contexto de hiperconectividad, la capacidad de respuesta se ha vuelto crítica. La política es un espacio donde cada instante cuenta, y los asesores deben tener la habilidad de reaccionar ante eventos imprevistos con ingenio y rapidez. Un buen asesor es aquel que puede modificar la narrativa en curso, adaptando los mensajes y las estrategias de acuerdo con las circunstancias cambiantes. Esto implica no solo un conocimiento profundo de los hechos, sino también una intuición aguda sobre cómo estos se perciben en el espectro público.

En un mundo de constantes cambios, donde la información se propaga de manera instantánea, la gestión de las crisis ha adquirido una relevancia sin precedentes. Los escándalos ya no son solo temas de conversación en cafés, se convierten en titulares virales que pueden hundir o elevar a un candidato. En este sentido, el asesor de campaña debe ser un piloto experimentado, capaz de navegar por aguas turbulentas, encontrando el equilibrio perfecto entre el control de daños y la proactiva reestructuración de la imagen pública.

Sin embargo, la grandeza de un asesor no radica únicamente en su capacidad para manejar la crisis, sino en su habilidad para construir relaciones a largo plazo, tanto dentro como fuera del equipo de campaña. Las colaboraciones entre asesores, partidos políticos, voluntarios y el mismo candidato son primordiales. En el vaivén de la política, donde las identidades pueden fluctuar, contar con un equipo cohesionado y en sintonía puede ser la diferencia entre el éxito y el desastre.

La política no es solo un deporte de equipo, sino también un escenario donde se despliega una narrativa en la que todos los actores desempeñan un papel. Y aquí es donde el asesor actúa como el director de orquesta, brindando cohesión a las voces diversas y asegurándose de que el mensaje central resuene sin discordancias. Desde el tono de los discursos hasta la selección de los temas de campaña, cada decisión se toma cuidadosamente, consciente de que cada detalle podría afectar la percepción pública en su conjunto.

En este entorno, la formación continua y el aprendizaje son esenciales. A medida que la tecnología avanza y cambian los comportamientos del electorado, los asesores deben ser alumnos eternos, dispuestos a incorporar nuevas herramientas, metodologías y enfoques a su arsenal. La política es un campo en constante evolución y, como tales, debemos adaptarnos o quedarnos atrás, desdibujados en la memoria colectiva.

Así, la figura del asesor de campaña en la actualidad es una amalgama de habilidades, conocimientos, olfato y experiencia y, sobre todo, de humanidad. Es un profesional que sabe que, detrás de cada voto, hay una historia, un deseo, un miedo o una esperanza. Y es en esa intersección donde debe actuar, concibiendo estrategias que no solo apelen a la razón, sino también al corazón de los votantes.

Finalmente, tras años de experiencia y aprendizaje, puedo sostener que, en esta travesía por los laberintos de la política, el mayor legado que podemos dejar es el de conectar auténticamente con la gente. Los verdaderos líderes son aquellos que escuchan, que se preocupan y que, al final del día, son capaces de alzar una voz que resuene con las esperanzas y aspiraciones de su pueblo. Porque la política, en su esencia más pura, es ese arte de transformar el deseo en realidad, un ejercicio de empatía y de compromiso genuino con la construcción de un futuro mejor. En esta tarea, los asesores tienen la oportunidad de ser no solo arquitectos de campañas, sino también artífices del cambio.

Hasta el próximo artículo.

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