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Por Ruddy de los Santos
Después del dolor inmenso que ha causado la tragedia de Jet Set, tras la pérdida de tantas vidas, es momento de volcar nuestra atención hacia las víctimas silenciosas: los niños y adolescentes que han quedado huérfanos. Detrás de cada pareja que acudió esa noche buscando un momento de alegría, quedaron familias rotas, futuros interrumpidos y pequeños corazones marcados para siempre.
Es natural que la primera reacción sea el luto colectivo y el acompañamiento a los familiares más cercanos. Sin embargo, pronto debemos enfocar nuestros esfuerzos hacia quienes tienen toda la vida por delante, pero que ahora enfrentan un camino cuesta arriba sin el amparo de sus padres. La orfandad es una herida profunda que, si no se atiende con sensibilidad y planificación, puede marcar negativamente el desarrollo emocional y social de estos niños.
El Estado tiene una responsabilidad moral y social que no puede postergarse: garantizar atención psicológica oportuna y sostenida a estos menores. Pero no basta con ello. Es fundamental establecer un plan de acción concreto y a largo plazo que asegure el acceso a la educación de calidad, desde la primaria hasta la universidad. Las políticas públicas deben contemplar becas, subvenciones y acompañamiento educativo adaptado a sus necesidades.
Asimismo, los centros educativos y universidades tienen la oportunidad —y el deber ético— de solidarizarse, ofreciendo tarifas especiales, exenciones y programas de apoyo académico y emocional. Es en estos momentos donde se pone a prueba la humanidad de nuestras instituciones.
El duelo de una nación no termina en los actos conmemorativos. Continúa en la forma en que protegemos a quienes más lo necesitan. Que la memoria de quienes perdieron la vida en Jet Set se transforme en un compromiso firme con el futuro de sus hijos. No podemos devolverles lo que perdieron, pero sí podemos garantizarles un camino digno, seguro y esperanzador.