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Romper el silencio también es un deber

por La redacción
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Por Rafael Barón Duluc

Vivimos en una época en la que parecería que los extremos lo dominan todo. Las redes sociales, esa nueva plaza pública del siglo XXI, se han convertido en el principal escenario del debate político, social y cultural. Pero, lejos de fortalecer el diálogo democrático, estas plataformas suelen amplificar lo más ruidoso, lo más agresivo y lo más radical.

A menudo, se tiene la sensación de que los discursos extremos están ganando la batalla de la opinión pública. Sin embargo, esa impresión es engañosa. Lo que sucede no es que la mayoría piense de manera radical, sino que la mayoría sensata ha optado por el silencio.

Esto responde a un fenómeno bien estudiado en la sociología contemporánea: la espiral del silencio, teoría formulada por la alemana Elisabeth Noelle-Neumann. Según esta visión, las personas tienden a no expresar sus ideas si creen que estas van en contra de la opinión predominante. Temen ser rechazadas, ridiculizadas o excluidas. Así, guardan silencio, y ese silencio refuerza la idea de que la opinión dominante es universal, cuando en realidad es simplemente la más visible.

En el ecosistema digital actual, donde la descalificación es rápida y despiadada, muchos prefieren no participar. Pero esa autocensura, por comprensible que sea, tiene un alto costo: entregarle la conversación pública a quienes viven del ruido, el odio y la confrontación.

La moderación, la racionalidad, el respeto y la paz no pueden quedar fuera del debate. No podemos permitir que se instale la idea de que el grito tiene más valor que el argumento. Quienes creemos en el diálogo, en la sensatez y en la convivencia no podemos seguir callando. Porque el silencio de los moderados no es neutral: es una forma de permitir que otros definan el rumbo del discurso social.

Romper la espiral del silencio es, hoy más que nunca, una necesidad urgente. No se trata de responder con odio ni de caer en el mismo juego de los extremos, sino de alzar la voz con firmeza, con respeto y con convicción. Decir lo que pensamos, aunque parezca impopular. Defender nuestras ideas, aunque no griten tanto como otras.

No hay democracia posible sin diversidad de ideas. Y no hay diversidad posible si quienes piensan con equilibrio deciden no participar.

Hoy, levantar la voz sensata no es solo un acto de valentía.
Es un deber con la verdad, con la sociedad y con la historia.

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