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Por Fracisco Tavarez
SANTO DOMINGO.- El presidente ha expresado su inconformidad con el uso de vehículos de lujo por parte de ministros y altos funcionarios, y con justa razón. En un país donde una parte significativa de la población enfrenta dificultades económicas, es un verdadero despropósito ver a funcionarios públicos desplazarse en camionetas de lujo que bien podrían rivalizar con las que conducen los empresarios más acaudalados. ¿Es esto lo que necesita la República Dominicana para garantizar un gobierno eficiente y cercano a la gente?
Es particularmente irónico saber que algunos directores utilizan camionetas idénticas a la que usa el propio presidente. Esta igualdad aparente, en lugar de ser una señal de austeridad o sensatez, muestra una desconexión con la realidad del país. Mientras el Estado hace malabares con presupuestos ajustados, y el ciudadano promedio siente la presión de la inflación y los impuestos, los funcionarios parecen ajenos a las dificultades, conduciendo vehículos que reflejan más estatus que servicio.
La pregunta obligada es: ¿es verdaderamente necesario que los vehículos oficiales sean tan ostentosos? Si bien es cierto que ciertos cargos requieren movilidad y seguridad, la sobriedad debe ser una prioridad. No se trata de despojar a los ministros de los medios para cumplir sus funciones, sino de dar un mensaje claro y contundente a la población: el gobierno está alineado con las dificultades que enfrenta su gente.
Cada peso malgastado en lujos innecesarios es un peso que podría ser destinado a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Es, en esencia, una falta de respeto a los contribuyentes que financian esos vehículos, a la vez que revela una forma de derroche que dista mucho de la promesa de austeridad y transparencia.
El gobierno tiene la oportunidad de corregir esta percepción negativa, adoptando medidas que, más allá de lo simbólico, demuestren una auténtica empatía hacia la ciudadanía.
