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Por Francisco Tavárez
El gesto de Luis Abinader al incluir un transitorio en la reforma constitucional que le prohíbe la reelección es, sin duda, un acto inusual en la política dominicana. Este tipo de autolimitación es poco común en un sistema donde los líderes buscan prolongar su permanencia en el poder. Al cerrarse él mismo la puerta a un futuro mandato, Abinader se posiciona como un líder que apuesta por el cambio de ciclo político y la renovación democrática, enviando un mensaje de estabilidad institucional y confianza en las reglas del juego.
Sin embargo, este movimiento contrasta con figuras como Leonel Fernández, quien ha sido presidente en tres ocasiones y continúa aspirando a un nuevo mandato. La persistencia de Fernández refleja una ambición que, aunque legal, puede percibirse como una resistencia a ceder espacio a nuevas generaciones. Mientras Abinader parece buscar un legado de reformas y estabilidad institucional, Fernández da la impresión de querer consolidar un proyecto personal que ha marcado la política dominicana durante décadas.
La diferencia de posturas entre ambos líderes plantea un dilema sobre el modelo de liderazgo que necesita el país. ¿Debe la política dominicana abrirse a la renovación constante, evitando la concentración de poder en figuras que ya han gobernado repetidamente, o es válido que líderes con experiencia regresen en busca de estabilidad y continuidad? Esta es una pregunta que los ciudadanos dominicanos deberán considerar al evaluar sus opciones electorales.
Al final, lo que está en juego es la salud democrática del país. Mientras Abinader limita su futuro político, está invitando a la sociedad a reflexionar sobre la importancia de los contrapesos y la alternancia en el poder. La permanencia de figuras como Fernández en la escena política pone sobre la mesa la necesidad de un debate profundo sobre los límites al poder y el papel de los exmandatarios en una democracia en constante evolución.
