Por Francisco Tavárez
Alberto Fujimori, quien falleció a los 80 años, dejó una marca imborrable en la historia de Perú, y su legado seguirá siendo debatido por generaciones. De origen japonés, llegó al poder en 1990 tras ganar las elecciones en un contexto de crisis económica y violencia desatada por grupos como Sendero Luminoso. Sin embargo, la manera en que gobernó –con mano dura y bajo la sombra de un golpe de Estado en 1992– lo convierte en una figura polarizante.
Fujimori es recordado tanto por sus éxitos como por sus fallas. Su férrea lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, principalmente contra Sendero Luminoso, fue uno de los puntos más destacados de su gobierno. Bajo su mando, el Perú experimentó una notable recuperación económica y se vivió la captura de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, lo cual fue considerado una victoria clave para estabilizar el país.
No obstante, estos logros se vieron empañados por violaciones sistemáticas a los derechos humanos y casos de corrupción a gran escala. Su gobierno fue responsable de ejecuciones extrajudiciales, esterilizaciones forzadas y desapariciones, crímenes que pesan en su legado. En 2000, en un giro que desafió las normas políticas, Fujimori renunció a la presidencia por fax desde Japón, tras huir debido a los escándalos de corrupción que lo rodeaban.
A su regreso al Perú en 2007, fue arrestado y condenado a 25 años de prisión por violaciones a los derechos humanos y corrupción. Aunque en 2018 fue indultado debido a problemas de salud, su excarcelación causó indignación y protestas en amplios sectores de la sociedad. Su vida personal también estuvo marcada por conflictos, especialmente con sus hijos Keiko y Kenji, ambos protagonistas de la política peruana, quienes representan distintas facetas del controvertido fujimorismo.
La figura de Fujimori seguirá dividiendo opiniones. Para algunos, fue el líder que salvó a Perú de la destrucción; para otros, un dictador que atropelló los derechos fundamentales en nombre del progreso. Con su muerte, no solo termina un capítulo de su vida, sino que se abre el inevitable debate sobre cómo debe ser recordado.
