Por Francisco Tavárez
La salida forzada de Edmundo González hacia España, con escala en República Dominicana, es un símbolo trágico de la desesperación que enfrenta la disidencia venezolana y de la impotencia de la comunidad internacional frente a la dictadura de Nicolás Maduro.
Este episodio deja claro que, a pesar de las múltiples denuncias de violaciones de derechos humanos, el fraude electoral y el desmantelamiento de las instituciones democráticas, la situación en Venezuela ha llegado a un punto en que los opositores no encuentran otra salida que el exilio.
El exilio de González es también un testimonio de la complicidad, por omisión, de los gobiernos que prefieren las declaraciones diplomáticas en lugar de acciones concretas. Las sanciones económicas, si bien han tenido algún impacto, no han logrado doblegar a un régimen que se sostiene gracias al apoyo de aliados internacionales y la explotación de recursos naturales.
¿Qué más debía ocurrir en Venezuela después del fraude y el robo de la dictadura? La respuesta parece ser un amargo recordatorio de la inercia de la comunidad internacional: más sufrimiento, más represión, más exilios forzados. Cada día que pasa, la dictadura se fortalece, mientras los venezolanos siguen sufriendo las consecuencias de la falta de acción efectiva. Es una realidad dolorosa que exige una reflexión profunda sobre la eficacia de las estrategias actuales y la necesidad de un cambio de rumbo para poner fin a esta tragedia humanitaria.
Hacemos llamado a la acción, una invitación a que los líderes mundiales reconsideren sus enfoques y tomen medidas más firmes. La historia juzgará severamente a quienes se quedaron de brazos cruzados mientras una nación entera se desmoronaba.
